viernes, 14 de octubre de 2016

Tener buena ortografía no es sinónimo de superioridad moral

Sobre campañas publicitarias que no comercializan la lectura ni la ortografía, sino la sensación de superioridad y privilegio.


Voy a hablar de la campaña publicitaria #noeslomismo, que Larousse organizó con el objetivo de vender diccionarios. Se trata de frases cortas e ingeniosas como la siguiente:




O la siguiente:




O la siguiente:



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Independientemente de la angustia en la que seguramente vive la gente que se dedica a comercializar diccionarios, la campaña me interesa por lo de siempre: la relación que se construye entre la ortografía y las buenas costumbres. Escribir correctamente (o leer correctamente, o hablar correctamente) nos dicen estas campañas publicitarias, nos identifica como personas de moral irreprochable o, en todo caso, normalizada, que es lo mismo.
Escribir bien, dicen, nos permite colocarnos por encima de toda esa gente que utiliza el “más sin embargo” o el “vinistes”. Escribir bien, dicen, es hacer las cosas de la manera correcta, proba. No voy a hacer aquí una apología de la mala escritura, pero sí quiero ofrecer una sola objeción a este tipo de propuestas asépticas que tiene que ver con las así llamadas manifestaciones a favor de la familia, recientemente padecidas por mucha gente en varias ciudades del país.
Circularon por internet imágenes que se señalaban ejemplos de mala ortografía en las pancartas de los manifestantes. Que faltaba un acento por aquí, que habían confundido “s” por “c” por allá, o que no sabían ni escribir la palabra familia correctamente, como en este caso:








 Oti

A mí también me hace gracia. En algunos casos, mucha gracia. Pero la pregunta es: ¿en verdad todo lo que necesitan es un diccionario? ¿Basta con que escriban correctamente sus declaraciones de odio para que todo esté bien? Me parece que sucede lo mismo con este tipo de campañas que con los programas de fomento a la lectura: nadie se preocupa por reflexionar, primero, cuál es el papel real de la ortografía en la sociedad y cómo puede afectar o intervenir en ella, fuera de construcciones dogmáticas que separen “lo bueno” de “lo malo” como únicas alternativas de vida. Son campañas que no comercializan la lectura ni la ortografía, sino la sensación de superioridad y privilegio. Es decir, exactamente lo que la otra campaña dice: “yo quiero que mi idea de familia sea la de todos los demás”.
Para decirlo con otros ejemplos: que vengan los ejecutivos de Larousse a corregir la ortografía de las narco-mantas, o de las últimas declaraciones del presidente, o del guion de las noticias de la noche, para que se den cuenta de lo inherentemente estúpida que es su campaña.
La ortografía, como la moda, es cosmética. Es un pacto de significado sujeto a revisión constante. Situarla en la esfera de la moral produce chistes más o menos buenos, más o menos malos, pero totalmente desechables. Yo creo que vender diccionarios es una empresa condenada al fracaso, pero por si no aquí algunas ñoñas propuestas:
  1. Una campaña que se enfoque en falsos cognados.
  2. Una campaña que se enfoque en palabras oscuras de la lengua
  3. Una campaña que se enfoque acertijos o adivinanzas
  4. Una campaña que directamente invente palabras o que se enfoque en ejemplos de hápax.
Se trataría, más o menos, de explotar la curiosidad de las personas, no su sentido de privilegio, o de moralidad, o de clase.

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